27 mayo, 2007

En La Vega se alaba a Dios en creole


Todo país con frontera tiene una situación osmótica en reversa, de menor concentración (de recursos económicos) a mayor concentración, es la vía de muchos inmigrantes, que buscan subsanar los problemas sociales de su país de origen.

El caso de República Dominicana con la población haitiana no es diferente, desde hace más de un siglo los haitianos han ido llegando pacíficamente a la República Dominicana tratando de escapar de los problemas sociales que se encuentran en su país natal, la República de Haití.

En Haití para el año 2003 contaban con una población estimada de 7.525.817, más o menos para ese mismo tiempo, en la República Dominicana residían un aproximado de 1,378,000 haitianos, de los cuales 90% lo hace en forma ilegal.

Aunque la mayoría de ellos son pacíficos y muy trabajadores, muchos dominicanos mantienen una postura de rechazo y odio hacia los mismos.

Los haitianos en República Dominicana desarrollan diversos trabajos, destacándose los de agricultura, principalmente el corte de caña, el trabajo domestico y de construcción, la mayoría (por no decir todos) son mal pagados, en la actualidad los trabajadores haitianos no se contemplan en las leyes de derecho laboral, por lo que son un blanco fácil para los abusos en esta área.

Se estima que mínimo el 30% de los servicios de salud público ofrecidos en la República Dominicana tiene como destino final un ciudadano haitiano o haitiana, pero en lo que refiere a la educación menos del 1% de los estudiantes en aulas públicas son haitianos.

En mi experiencia en el hospital regional de La Vega he visto cómo el maltrato se cuela entre los profesionales de la salud, no olvido un anestesiólogo que recomendaba a sus estudiantes practicar con cadáveres la entubación endotraqueal, el mismo al notar el escrúpulo de los estudiantes dijo "pues si le da pena, hágalo con un haitiano".

Sin embargo las iglesias protestantes son un refugio para los inmigrantes ilegales, donde se pueden acoger bajo el amor y la aceptación que reina en el cuerpo.

Hace algunos meses en mi congregación se inició un ministerio de haitianos, en su mayoría hombres jóvenes, algunas pocas mujeres y escasos niños iniciaron una nueva vida en Cristo, con un hambre de Dios y un anhelo de servir que he visto pocas veces en mi vida.

Es hermoso verlos en cada reunión alzar la voz en creole y alabar a Dios, olvidando las fronteras, dejando cada lado del río masacre, por una ciudadanía más perfecta, la celestial.

Y aunque ciertamente su destino esta trazado, no olvidan los que quedaron atrás, en espera de una razón para creer y para esperar, por eso extendiéndose hasta su patria, de entre ellos mismo se han escogido a uno que lleno de palabras de esperanza y de buenas nuevas a vuelto a Haití para llevarle lo aprendido a los amados de Dios en esa tierra.

Actualmente Jan Marc Marcelin, con la guía del Espíritu Santo, y la frecuente comunicación telefónica de los Líderes misioneros en La Vega, enseña a otros lo que recibió de Dios y pone las bases para que muchos otros escuchen las buenas nuevas de esperanza, amor y prosperidad que el pueblo haitiano necesita.

Proveyéndoles Dios de lo que más necesitan: amor, aceptación, una familia que vele por ellos, una ciudadanía y por sobre todo un certificado de adopción como hijos de Dios.
Al final para toda lengua y toda nación la respuesta sigue siendo la misma que les fue dada a un grupo de judíos que esperaban ser salvados de sus problemas sociales, no es necesariamente un salvador que los saque por medio de guerras, prestamos o ayuda internacional, sino más bien una respuesta a la crisis individual que indudablemente se traducirá como un despertar de los mismos para ser respuesta a la crisis de su patria.

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